Vista de Instalación en el Museo Leopoldo Flores



   Según nuestros antepasados, la relación entre el hombre sembrador y la planta equivale a la de un matrimonio, sin embargo se trata de una relación muy frágil porque implica establecer una alianza de mucho respeto con los dioses del inframundo.      
Por otro lado, existe también una sincronía de los ritos estacionales con los ritos de iniciación, ya que ambos tienen una correspondencia con los ciclos vitales y, para poder apreciar esta correspondencia, se precisa saber que existe una clara asociación de la época de lluvias con la niñez, de la misma manera que existe una relación con el mundo mítico de los antepasados.

Nuestros ancestros consideraban a la estación de lluvias, como un “tiempo oscuro” o una noche. Esta equiparación simbólica se explica, porque en la estación de lluvias hay muchas nubes oscuras en el cielo, y todos los árboles tienen un denso follaje.  Ésta época de  lluvias concurre con el momento en que “todos somos niños” y “todos somos blandos”,  como el jilote. 

Septiembre y octubre en cambio, (meses posteriores a la época de lluvias)  son los meses en los que crecen y maduran los elotes, se secan y se convierten en mazorcas.                         
A ésta época del año lo llamaban “cuando amanece” o cuando “dejamos de ser como niños”, cuando las serpientes de la lluvia se van y se acaba la época del temporal.  En términos mitológicos, este momento corresponde a la primera salida del sol y cuando se hizo sólido el mundo. 

A finales de octubre se suele celebrar la “fiesta del elote”. En esta ceremonia la gente se despide de las diosas de la lluvia, ya que en esta época del año se retiran y se presentan  ante los dioses los elotes y las calabazas a manera de ofrenda; también marca el momento en que los elotes se secan y se convierten en mazorcas, que asimismo corresponde con el momento en que los niños dejan de ser acuáticos y blandos como dioses de la lluvia y, se vuelven “macizos”, como verdaderos seres humanos. 

Cada inicio de las lluvias simboliza la llegada de un nuevo diluvio y, simultáneamente, un regreso a los orígenes acuáticos del mundo.
La identificación de nuestros ancentros con el maíz, implica que el ciclo agrícola anual es también una metáfora de la vida humana. Podría decirse entonces, que la vida humana se vive como una metáfora del ciclo del maíz y, en sentido más amplio, como una metáfora de los ciclos de creación y renovación del cosmos.

La actitud ecologista de nuestros ancestros es muy interesante, porque no pone al hombre en el centro de la naturaleza,  sino que plantea una alianza matrimonial con ella, donde el respeto y el buen trato son la base de la convivencia.